Que salgan los gritos encerrados en nuestra boca…
Se habla mucho de aceptación. De tolerancia. De la necesidad de “aceptar al otro como es”. Y sí, muchas personas creen —con razón— que todas las identidades, sexuales, de género, de clase o de deseo, deben ser respetadas.
Ahora bien… aceptar no es repetir una consigna. No es actuar como si nada pasara. No es convertirse en ese “Padre progresista” del sketch de Peter Capusotto y sus videos, que en público se presenta como un hombre «liberal, tolerante y moderno», pero que en lo íntimo revela prejuicios machistas y autoritarios. Se muestra abierto, aunque por dentro esté hirviendo.
Aceptar no es negar que algo incomoda. Al contrario: aceptar implica, primero, aceptar que algo molesta. Que los ideales muchas veces se tambalean. Que los valores se mezclan con prejuicios, temores o contradicciones que no siempre son fáciles de reconocer.
El video que compartimos abajo puede poner a cualquiera justo ahí: en ese lugar incómodo donde las convicciones no alcanzan. Donde la cabeza dice una cosa y el cuerpo otra. Donde aparecen preguntas crudas, casi vergonzosas: ¿Qué haría yo en su lugar? ¿Realmente estoy tan deconstruide como creo?
Y entonces puede abrirse un proceso: el de tolerar la propia incomodidad. Lo que no se acepta de sí mismx. El prejuicio agazapado, el miedo oculto, la moral disfrazada. Aceptar de verdad no es una pose: es un trabajo interno. Arduo, pero necesario.
Parece más fácil decir “yo acepto” de modo automático, que tolerar el torbellino emocional que aparece cuando algo descoloca. Pero ahí también hay verdad. Hay humanidad. Y hay posibilidad de transformación.
Los prejuicios que no se piensan, se estancan. Se pudren. Pudren. Pero cuando se los escucha y se los atraviesa, dejan de gobernar. Y entonces, con suerte, aparece algo más genuino. Algo menos armado. A veces, incluso, algo como el amor.
Si algo incomoda, tensiona o resuena, quizás sea un buen momento para empezar a explorar eso que molesta. Porque a veces lo más valioso no está en lo que se sostiene, sino en lo que se está dispuesto a revisar.
Viví tu terapia es eso: un espacio para dejar de forzar, y empezar a entender.
Con preguntas. Con cuidado. Con humanidad.